La noche se echaba sobre ella,
hambrienta y oscura. Canciones sin destinatario escapaban de la radio
del vecino. El frío calándole el alma, humo en sus pulmones
inhalado del cigarro y el ruido de la ciudad envolviéndola por
completo.
La vida gritaba a aquellas horas y
nadie parecía querer escucharla a excepción de ella, todos dormían
y huían para no saber, para no afrontar la realidad. Cansados de
vivir en un mundo que no paraba, que realmente seguía sin ellos,
independiente y ajeno a todo en lo que su interior ocurría. Por
suerte existían valientes como la chica de la azotea que asumían
aquella realidad que a otros golpeaba. La noche existía para
vivirla, al igual que el resto del día, aunque fuera un par de horas
o incluso segundos, respirar el aire helado que la noche traía nunca
estaba de más.